sábado, 17 de agosto de 2019

Tu mundo

Desde el espacio,
el mundo debía verse de mil colores
cuando lo habitabas.

Entrabas en las habitaciones
y cortabas el aire.
Parecías flotar
por encima del suelo
y de nosotros
y aún así
la tierra temblaba.

Usabas polleras largas
con los tonos de la cola de un pavo real.
Te abrías paso entre los ecos
que murmuraban tus flaquezas
y desfilabas sin hacerlo.
Demostrando que eras más
sin intención de serlo.

Apoyabas el codo en la mesa.
con tu dedo medio e índice
sostenías tu sien y con el pulgar
tu pera.
A veces, mordías la uña del anular
y observabas a tu alrededor,
atenta,
como aquellos zorros buenos
que solo vos podías acariciar.

Cuando reías
las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia
parecían pertenecerte.
Inundaban el lugar,
aleteando veloces desde tu pelo
para luego esconderse
en la guarida de tus hoyuelos.
Sí reías mucho, tus mejillas se ponían moradas,
como lo hacían cuando tomabas más de un vaso de vino
de aquel mismo color.

Coleccionabas frascos y preparabas mermelada.
Cuántas historias jamás contadas
habrás revivido en las calmas cálidas
de tu cocina de lavanda.
Alguna de ellas, prófuga de tu intimidad,
debe haber naufragado en la superficie pegajosa
de una mermelada de ciruela,
apuesto que entonces fue aún más dulce
y más tuya.

Decías que el miedo estaba bien
y el valor tuvo para mí entonces el color
celeste de tus ojos.
Celeste como aquel collar que llevabas siempre,
como el cielo que mirabas, honrandole.

Me pregunto qué tonos tenía el mundo
antes de que tu mano pintase otro tan distinto.

Desde el espacio,
y desde tu lado,
el mundo
se veía de mil colores
irrepetibles
cuando lo habitabas.

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